Xavier Jansana
Decía Miguel Ángel que una buena escultura era aquella que, dejándola rodar por una pendiente, al llegar abajo continuaba siendo una escultura. Hay, en esta frase, dos cuestiones implícitas: una, es que la escultura sólo puede ser imaginada de piedra; otra, que entre la escultura y la piedra (sea como materia, sea como forma) hay una proximidad absoluta y constante. Sin dejar de ser nunca ni piedra ni escultura, la piedra se convierte en escultura y la escultura de nuevo en piedra, y así sucesivamente, unas veces por la acción del artista, otras por los golpes de la naturaleza. Cuando Xavier Jansana me invitó a ver sus esculturas en su taller de Barcelona, y yo le pregunté por las características de su trabajo, me explicó que eran obras de piedra, e hizo más o menos esta aclaración: “se trata de piedras que estaban tranquilas como piedras y en las que busco una forma”. Así que no pude menos que recordar esa frase de Miguel Ángel que evocaba al principio. En efecto, el trabajo de Xavier Jansana, formando parte de esa inseparabilidad de piedra y escultura, se concentra sobre todo en buscar y descubrir las formas que la piedra esconde o sugiere. Por eso una parte muy emocionante del trabajo de Xavier Jansana consiste en encontrar –literalmente- las piedras: mármoles, areniscas, granitos, basaltos, calizas, alabastros… que reposan esperando ese encuentro a veces en canteras, pero en otras ocasiones en un margen, en la orilla de un río o en una playa. En esas ocasiones, Xavier Jansana, como digo, encuentra la piedra, la acaricia con sus manos, la carga en su mochila, la lleva consigo.